Calma

Aun después de que tu mano soltara la mía, aun ahora que ya te has ido, puedo sentir el palpitar de tus dedos en los míos, el temblor, los nervios de nuestro encuentro, tus manos recorriendo, conociendo, transmitiendo en un lenguaje silencioso –solo a los oídos, a los ajenos- pero evidente en nuestra piel, a nuestro vínculo, a las miradas que ambos compartimos –respiro- siento la calma que irradias y me contagia. Como por arte de magia podría sin necesidad de más, seguir solo en tus manos, perderme en tu respiración y la comisura de tus labios –suave, más calma, respiro- no hace falta mirarte, te recorro y dejo que seas libre mientras te estacionas en mi cuello, me respiras, me sientes, a mí a lo que pienso. Puedes hacerme tan tuya y a la vez mantenerme tan consciente. Tener tu sonrisa, tu voz, tú llamándome a la calma –reírme y sostenerte la mirada, responderte en silencio, con el reflejo de mis ojos- mientras en ese momento sigo saboreándote, aunque creo no sé disimular que te degusto y aun en el portal, antes de despedirnos –sumergida en lo anterior- dices –calma- en ese momento ya he perdido la cuenta de cuantas veces te he escuchado decirlo y callarlo, debo admitirlo no me canso de hacerlo y sí aprenderé, seré paciente y en tus manos descubriré ese origen, ese todo, antes de eso, de seguir… 

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